martes, 17 de diciembre de 2013

Brideshead Revisited Quotes I:
"I loved buildings that had grown silently with the centuries, catching the best of each generation while time curbed the artist's pride and the philistine's vulgarity and repaired the clumsiness of the dull workman".







"Me encantaban los edificios que habían crecido en silencio, con el paso de los siglos, tomando lo mejor de cada generación, mientras el tiempo ponía freno al orgullo del artista y a la vulgaridad de los filisteos, y reparaba la torpeza del obrero carente de brillo".


"I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."

jueves, 17 de octubre de 2013

EL GRAN FIASCO





Reconozco que me hacía ilusión ver la nueva versión de ese clásico imponderable que es El Gran Gatsby. A pesar, incluso, de las malas críticas (véase enlace al final de esta entrada). Tenía claro ya, antes siquiera de haber visto la película, que en nada -que no fuera el dudoso apartado de los (d)efectos especiales- iba a lograr superar la fantástica versión de Jack Clayton, con Robert Redford en el papel del oscuro y "prendado-hasta-la-muerte" Jay Gatsby; Mia Farrow, en plan la tan decepcionada como alocada e insustancial Daisy Buchanan, acosada por l'ennui de vivre, y ese secundario de lujo que es el delicado Sam Waterson haciendo de tercera pata de banco y alcahuete sentimental, en la piel de Nick Carraway (papel que, en mi opinión, constituye el trasunto del propio novelista, siempre a medio camino entre la cima reservada a los ricos y poderosos, y el helado abismo de los perdedores). Pero, a pesar de esa certeza, la sola idea de tener que vérmelas con una recreación del universo estético de la década de los 20 en todo su esplendor lograba mantener la llama del deseo en mi interior. Al cabo de más de dos horas de película, cabe decir que es casi lo único a rescatar. Y, en ciertos aspectos, incluso con reparos, pues el abuso de recursos infográficos empuja, a mi juicio, buena parte de esta versión al pozo tan en boga de las puestas en escena excesivas, con ribetes steampunk, a las que nos van acostumbrando las películas de súper héroes, o las últimas recreaciones de un personaje como Sherlock Holmes (en su caso, con mucho más sentido que en el de Gatsby). 






Manierista en su tratamiento (penosa la escena del accidente que le cuesta la vida a la querida de Tom Buchanan), escasamente estimulante, interpretada con desgana y amaneramiento por un Di Caprio en horas bajas, aquejado de sobrepeso, plagado de tics e histriónico ad nauseam (como refleja el recurso constante a la muletilla, ese irritante "old sport" con que se dirige a todo el mundo, pero muy particularmente al celestino de Nick), la última versión de El gran Gatsby da la impresión de ser, más que una película, un mero escaparate de tendencias de moda retro, al servicio de la industria del ramo. Lo cual no me parecería del todo mal, dada mi propia pasión por la época, si no fuera porque tampoco ofrece mucho más. Personalmente, hallo mayor satisfacción, por lo que a atrezzo y vestuario de época se refiere, en un solo capítulo de Downton Abbey, o de Boardwalk Empire, que en toda la cinta de Baz Luhrmann. Confiemos, sin embargo, que sirva para que algún que otro adolescente (a los que parece va dirigida esta versión) sienta en su alma el aguijón de la curiosidad, y corra a buscar un ejemplar de la novela de Scott Fitzgerald.  





Cabe decir que no son éstas las dos únicas versiones del clásico, ya que, hasta la fecha, son seis las llevadas a la pantalla. La primera, en fecha tan temprana como 1926, apenas un año después de publicada la novela. Es ésta una versión muda, dirigida por Herbert Brenon e interpretada por Warner Baxter, Lois Wilson William Powell, de la que apenas se conservan unos minutos, los correspondientes al trailer



Veintitrés años después, y una guerra mundial por medio, en 1949, se rueda una segunda versión, a cargo de Eliott Nuggent, protagonizada, entre otros, por Alan Ladd, Betty Field, Macdonald Carey y Shelley Winters. Pasó sin pena ni gloria y hoy en día resulta difícil encontrar copias de la misma.

 

La tercera versión es la ya mencionada de Jack Clayton, de la que Tennessee Williams llegó a decir que lograba superar la novela en la que se inspiraba. 

En el año 2000, El Gran Gatsby fue llevado de nuevo a la pantalla, pero esta vez a la pequeña. De la dirección se ocupó Robert Markowitz y los papeles protagonistas recayeron en Toby Stephens, Paul Rudd y Mira Sorvino.





La última de las versiones (G, titulada en España El precio de la ambición, Christopher Scott Cherot, 2002), hasta el fiasco de Luhrmann, no merece ni ser reseñada, en la medida en que, aun pretendiendo inspirarse en el clásico conflicto chico pobre -de gueto negro, para más inri-, enamorado de chica rica, sobre trasfondo hip hop, guarda una relación muy tangencial con la trama original.





En definitiva, varios han sido los intentos de plasmar el fascinante mundo al borde del abismo reflejado por Scott Fitzgerald en su novela, y la complejidad de su personaje principal, pero sólo uno, el de Jack Clayton, parece haber logrado el objetivo. Aunque, como en el caso de Jay Gatsby respecto de su gran e imposible amor, Daisy Buchanan, muchos estén dispuestos a seguir intentándolo, a toda costa, a pesar de todo.

*La crítica dijo:




 "I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."

sábado, 7 de septiembre de 2013

CITAS, FESTIVALES, MERCADILLOS...




Siempre es grato hacerse eco de iniciativas destinadas a recrear, siguiendo el ejemplo de británicos y estadounidenses, el esplendor de esas primeras décadas del siglo XX. Todavía más si tienen lugar por estos pagos. No estaría mal que se fuera creando así cierta tradición de encuentros lúdico-festivos, coleccionismo y arte. Algo de lo que andamos sobradamente necesitados; sobre todo por lo que a arte y alegría de vivir se refiere. ¿Para cuándo, en Madrid, un festival de la Primavera, un Easter Parade como el que se organiza por las calles de Nueva York y que reúne a decenas de miles de personas, muchas de ellas ataviadas como figurines de la llamada Era del Jazz, al son de la trepidante música de bandas swing? 

Por lo pronto, conformémonos con aquellos tímidos esfuerzos desplegados por instituciones y particulares. Estos días (del 5 al 8 de septiembre), está teniendo lugar en Benicàssim la segunda edición de su festival Belle Époque. Una cita que incluye exhibiciones de vehículos de época, recreaciones diversas, mercadillos, actuaciones musicales, desfiles de moda, entre otras muchas actividades. 

Podéis encontrar la información completa aquí: http://www.benicassimbelleepoque.es/

Este año, hemos llegado tarde, pero quizás para el próximo sería buena idea, no sólo anunciarlo con tiempo, sino programar incluso una visita. 

 Easter Parade - New York



"I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."

miércoles, 14 de agosto de 2013

MODA DE LOS AÑOS 30

 Una nueva muestra de mi predilección por la época y sus atuendos. 



"I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."

viernes, 24 de mayo de 2013

UN BOLSILLO PARA UN PAÑUELO




El pañuelo de bolsillo es, sin duda, una de las muestras más sencillas y refrescantes del buen gusto, la distinción y la elegancia en el vestir de un caballero. Usar el espacio que le ha sido reservado, es decir el bolsillo de pechera, para lucir una colección de bolígrafos es lo propio de contables. No llevar nada denota desidia y falta de imaginación. Y es que, con ayuda de un modesto cuadrado de tela (seda por lo general, aunque también resultan válidos el algodón o el lino), se brinda la oportunidad de disipar la formalidad de un traje y de expresar la personalidad de quien lo lleva. En un país el que la imaginación suele brillar por su ausencia (o se asocia equivocadamente a la fantasía), el pañuelo de bolsillo ha desaparecido prácticamente del panorama. Incluso hay quien lo encuentra, en ciertos ambientes, pretencioso.
Pero no todo está perdido: poco a poco, y gracias al empeño de un pequeño número de osados, indiferentes al qué dirán,  los pañuelos de bolsillo reaparecen tímidamente en calles, oficinas y salones. Se podría hablar incluso, en este caso (como en el de Brideshead Revisited), de benéfica influencia por parte de la televisión y especialmente de ciertas series de época. Todo sea por el bien de la causa. Para aquellos que ya la hemos hecho nuestra, el maestro John Frankcomb nos enseña a doblar el pañuelo de bolsillo y a lucirlo como los impecables publicistas de Mad Men. El primer vídeo correspondería al estilo de Don Draper y Pete Campbell
 
 

Y éste otro, al que luce el a mi juicio más elegante de todos los personajes de la serie, Roger Sterling




Y, por último, un estilo algo más informal, menos severo:


Para aquellos que quieran profundizar en el tema y buscan asesoramiento, recomendamos esta página, de obligada lectura:  
http://www.extraconfidencial.com/articulos.asp?idarticulo=8803


"I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."

lunes, 18 de marzo de 2013

MY TAILOR






[Entrada rescatada de un viejo blog, hace tiempo abandonado]
 
Creo que no hablé de él en su momento Imagino que por no resultar esnob. Después de todo, no nos unía una gran amistad, ni una reverencial relación entre cliente y sastre. Nunca me hizo un traje a medida, por ejemplo. Pero llevaba catorce años acudiendo a su taller, que era también su casa. Catorce años confiándole mis chaquetas para que las arreglara, entallara, adaptara a mi esbelto y cuasi perfecto figurín (la industria no se interesa por los tipos de 172 cm, delgados, proporcionados y de hombros estrechos. y yo me niego a vestir con el uniforme de un jugador de fútbol americano achaparrado, bracicorto y culigordo). No siempre acertaba, claro; y yo, al principio, no me atrevía a discrepar de sus arreglos. Pagaba religiosamente y me llevaba la chaqueta a casa. Al armario, más bien, del que no volvía a salir hasta que, pasados unos meses, me decidía a regresar con la prenda a su taller. Y volvía a pagar, claro, porque respeto el trabajo ajeno y la idiotez propia tiene un precio. Estoy convencido de que él sabía que esa chaqueta ya había pasado por sus manos, pero no decía nada. Era muy astuto, mi buen sastre. Y estaba jubilado. Me costó mucho vencer la vergüenza y mi antigua inclinación al "qué le vamos a hacer", pero la rabia que me producía mi espíritu canelo me pesaba mucho más. Descubrí que indignarse no suele servir de nada y que la terquedad amable resulta, por el contrario, de lo más eficaz. Empecé a llevarle, de vuelta, la chaqueta que me acababa de arreglar, porque no había quedado exactamente cómo yo quería. Sé que, al principio, mi cambio de actitud hirió su vanidad de sastre y puso en evidencia su indolencia de profesional jubilado, pero, con el tiempo, aprendimos a tomarnos las medidas el uno al otro. Después de todo, yo era un buen cliente (siempre me preguntaba: "¿dónde consigue guardar tantos trajes?". Todavía no he dado con una respuesta; aunque, como aquellos que se desplazan por la vida con niños y animales, el espacio para mi ropa determina buena parte de mi elección a la hora de escoger morada) y mis visitas eran la ocasión pintada para hablar del tiempo (como vivíamos cerca, no me costaba demasiado esfuerzo visitar su taller en cualquier época del año); de sus años de mocedad (en cuatro trazos); de lo malas que eran las telas de hoy en día (todo lo contrario que los viejos trajes de lana pura que yo le llevaba para arreglar y que él palpaba con placer y aire de fin connaisseur); del problema de circulación que padecía en las piernas. Le daba pánico entrar en quirófano, pero mucho más el hecho de estar condenado a la silla de ruedas. A finales de 2005 -el día en que fui a recoger una guerrera militar antigua que me había hecho arreglar para alguna que otra fiesta de disfraces, o sesión con amante fetichista-, me anunció su decisión de operarse. Ya casi no podía salir de casa y, para él "eso, no era vida". Prometí telefonearle a su regreso del hospital, y dejé que transcurriera el tiempo sin  hacerlo. Pasé varias veces, entretanto, por delante de su puerta y, cada vez, a punto estuve de llamar. Pero cada vez seguí de largo, como dominado por un mal presagio. Hace varias semanas, con un nuevo traje antiguo y un abrigo de época pendientes de arreglo, marqué, por fin, su número.
-Buenos días, ¿está el señor A.?
-¿Quién lo llama? -preguntó la que me pareció ser su mujer.
-Un cliente (a esas alturas, estoy convencido de que ella ya me reconocía por la voz, pero el ritual se mantenía inalterable). Quería llevarle unas prendas a arreglar.
-El señor A. falleció (eso dijo: "falleció") el 5 de enero.

Me quedé de piedra. Entre sollozos, su viuda me contó que la operación había sido un éxito, pero el paciente no había sobrevivido a uno de esos virus mortales que campan, a sus anchas, por los quirófanos. Con razón tenía miedo de entrar en uno.

Ahora, busco sastre. aunque me da pereza empezar de nuevo. Como en las relaciones de pareja, le llevará un tiempo aprenderse mis manías ("entallado, con hombreras pequeñas, la manga dos dedos por encima del borde de la camisa..."); a mí, acostumbrarme a sus historias, a sus pequeñas vanidades. Hay veces en que todavía me sorprendo echando de menos al señor A. y sus espejos. De hecho, en ningún otro me he visto nunca tan bien como en aquéllos. Me prometió que me regalaría uno cuando dejara el negocio; no pudo ser. Y no se lo reprocho. D.E.P.

Han pasado prácticamente siete años desde esta entrada. Mi pasión por la ropa de época se ha agravado entretanto y más hebras grises destacan sobre el castaño de mi pelo. He conocido otro sastre y varias modistas y tiendas de arreglos. Sé, mejor que entonces, lo que me sienta bien y lo que no me sienta en absoluto. Me he mudado varias veces, he cerrado una relación sentimental. Y todavía, de vez en cuando, me vienen a la memoria el señor A., su taller y la bondad y justicia de sus espejos.
  
"I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."

miércoles, 6 de marzo de 2013

MÚSICA PARA REGRESAR A BRIDESHEAD II

Un acompañamiento musical ideal para el día de hoy, neblinoso y melancólico, propicio a la nostalgia.


"I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."