Visto que el vintage
está de moda, todo el mundo parece tener una idea más o menos clara de a
qué hace alusión el término; con el inevitable matiz de lo que a unos
les parece un elemento encantador del pasado, para otros es una
antigualla o incluso un trasto viejo, rescatado de la basura o, en el
mejor de los casos, del Rastro, y cuya supervivencia constituye
casi un insulto para el progreso. La confusión irrumpe, sin embargo, en
el escenario cuando nos topamos con otros términos como retro o antique. ¿Acaso no bastaba con el dichoso vintage?
Como en todo, el conocimiento aporta y exige el matiz. Visto desde
fuera, un lego no establecerá apenas diferencias entre un objeto de
principios del siglo XIX y otro de los años 40 del siglo pasado a la
hora de catalogarlos a ambos. Pero, para el connaisseur, la différence s'impose.
Y ello exige una terminología más adecuada, una denominación que
establezca límites, indicando lo que está dentro y lo que queda fuera
(con la consiguiente repercusión en el negocio, cuando lo hay). Surge
entonces la distinción entre vintage, retro y antique.
Una distinción acerca de la cual ni los propios expertos consiguen
ponerse de acuerdo, aunque una convención más o menos aceptada determine
que antique hace referencia a cualquier objeto con más de 100 años de antigüedad; vintage,
a aquéllos con menos de 100 años, pero más de 20 (por lo que
la etiqueta engloba los producidos hasta los años 80). Por último, retro
identifica todo cuanto tenga que ver con el pasado, aunque limitado a
las copias realizadas en la actualidad, no a los productos originales
(que serán calificados de vintage o antique en función de su antigüedad). Esta taxonomía sigue suscitando controversia, ya que, para muchos -entre los que me cuento-, vintage
debería designar únicamente el periodo comprendido entre 1914
(verdadero inicio del siglo XX) y finales de los años 40; periodo que
constituye la Era Dorada del vestir, la elegancia y el diseño (en otras palabras, el punto álgido de la cultura moderna occidental).
Las
fronteras móviles que plantea la clasificación más o menos oficial,
basadas en el número de años transcurridos hacia atrás desde el
presente, tienen el inconveniente de ser excesivamente laxas; así, a
medida que pase el tiempo, una prenda fabricada en 1930 dejará de ser vintage para devenir en antique.
Lo cual redunda en detrimento del carácter particular y único de esas
casi tres décadas de esplendor que he mencionado (y cuyos límites no
tienen nada de arbitrario). Cuando expongo este punto de vista, siempre
hay quien pregunta en qué categoría encajan entonces los 50, los 60 and so on.
Al margen de que no existen décadas puras, en lo que a estilo y diseño
se refiere, prefiero hablar de moda de los 50, moda de los 60, los 70 o
los 80, pues cada una ofrece sus particularidades (sin merecer, empero,
colocarse al abrigo de la etiqueta vintage). A partir de esta
última, desde los 90, hemos caído en un eclecticismo indefinido, un todo
vale que parece ser la marca del siglo XXI (por lo menos, de la década
escasa que ya hemos vivido).
De
modo que toda esta larga disquisición no sólo busca aclarar en qué
consiste cada uno de los términos, sino que debería dejar claro a mis
lectores que cuando hable de vintage, sólo me referiré a todo
cuanto tenga que ver con ese momento espléndido que se inicia con el
estallido de la Iera Guerra Mundial y se cierra con la relativa
austeridad de la década de los 40. Con la salvedad quizás de aquellos
objetos producidos posteriormente, pero que remedan con gusto el estilo
de la Golden Era. Por lo menos hasta finales de los 70, cuando la
calidad dejó de ser una prioridad insoslayable. Mi criterio se funda en
una unidad de motivos estéticos (estilo, elegancia, funcionalidad),
apoyados en aspectos políticos (procesos de liberación de la mujer
-gracias en gran medida a ambas guerras-, caída de los imperios, crisis
de la democracia), de producción (momento álgido de la
industrialización, la expansión comercial y la publicidad) y de medios
de difusión (revistas y, muy particularmente, el cine).
Y si las dudas persisten, no tenéis más que escribirme.
Y si las dudas persisten, no tenéis más que escribirme.
"I should like to bury something precious in every place where I've been happy and then, when I'm old and ugly and miserable, I could come back and dig it up and remember."